martes, 7 de marzo de 2017

Las fiestas populares en Santa Clara durante el siglo XVIII: fiestas reales

Por: Hedy Águila Zamora
Pocos son los datos que se conservan en estos tiempos acerca de la cultura santaclareña del siglo XVIII y muy poco tratado ha sido el tema de los festejos que por Real Orden había que celebrar en Cuba durante el período colonial, esto ha constituido la motivación para la indagación en textos y documentos que arrojaran luz sobre aquellas manifestaciones del arte y la cultura, las que a causa de la obligatoriedad en su participación, se hicieron populares y constituyeron el germen de la recreación, como necesidad del esparcimiento espiritual del hombre.Santa Clara fue fundada el 15 de julo de 1689 por inmigrantes remedianos, en la ribera del río La Sabana (hoy Bélico), cerca de la colina conocida actualmente como loma de El Carmen, desde donde se trasladaron a un punto cercano para organizar su asentamiento. Es de pensar que no hubiera preocupación por el esparcimiento espiritual cuando la atención de estos primeros pobladores debía dirigirse a solventar las necesidades más perentorias, como eran el habitad y la alimentación. Es por ello que en la última década del siglo XVII, la historia recoge solamente los momentos del batallar por la organización urbanística, el trazado y acondicionamiento de una plaza central (actual Parque “Leoncio Vidal”), donde se construiría la iglesia Parroquial Mayor , la Casa Consistorial para las reuniones del gobierno o Cabildos y las primeras viviendas que tomaron rumbo hacia una brecha abierta que constituyó la calle más antigua, a la que nombraron Principal (después Buenviaje, actualmente “Rolando Pardo”) y a medida que avanzaba el siglo XVIII se iban extendiendo hacia otros puntos de la villa.
No fue hasta el 2 de octubre de 1701 cuando se celebraron las primeras fiestas motivadas por la Proclamación a rey del Duque de Anjou, Felipe V de Borbón, sucesor de Carlos II por Real Testamento e iniciador de la Dinastía Borbónica en España. Estas eran conocidas como fiestas reales porque debían su celebración a  acontecimientos ocurridos en las Cortes Españolas, tales como: nacimientos, bodas, coronaciones y ascensiones a la mayoría de edad de los cortesanos más allegados al rey.
Hubo en la villa tantas fiestas de esta índole como celebraciones ocurrieron en la Metrópolis. La primera, ya mencionada en el párrafo anterior, al decir del primer historiador de Santa Clara, Manuel Dionisio González, se redujo a la proclamación y luminarias, por lo que se cree que se celebrara en una sola noche, no  sucede así con el resto, que a lo largo del siglo se hacían cada vez más suntuosas.
Otras de estas actividades fueron motivadas por el nacimiento del príncipe de Asturias, en 1708, coincidió con el día de San Juan, el 24 de junio, por lo tanto estos festejos tuvieron doble motivación. En 1716 se celebraron las segundas nupcias del rey Felipe V con Doña Isabel de Farnesio, primera heredera de Parma.
Del 4 al 11 de octubre de 1722 hubo festejos nuevamente para celebrar las bodas del príncipe de Asturias con la princesa de Orleans y del rey de Francia con la Infanta de España Doña María Ana Antonieta. El 15 de diciembre de 1724 se iniciaron las actividades por la coronación del príncipe de Asturias Luis Fernando, conocido como el rey Luis I, después en España, En esta ocasión, la villa mantuvo la celebración hasta el 23 de enero de 1725 y se suspendieron porque llegó la noticia de la muerte de este rey, de modo que los habitantes de Santa Clara pasaron de la alegría al luto.
 En 1734 por la asunción al reinado de Nápoles del infante Don Carlos (Carlos III después en España), esta fiesta se mantuvo por quince días, a partir del 26 de diciembre. En 1746 tomó posesión del trono el rey Fernando VI, sucesor de su padre Felipe V, pero no se celebró hasta 1747.
Los últimos festejos acontecidos en este siglo XVIII sucedieron en 1760 por la coronación de Carlos III, ocurrida el año anterior, heredero al trono por la muerte de su hermano Fernando VI, la Real Cédula con la noticia llegó en febrero coincidía con el período que la iglesia católica denomina cuaresma y en la que se suspendían todas las actividades no religiosas por lo que se pospuso para después de la semana santa. Comenzó el 4 de mayo y duró 15 días. Una vez concluida los vecinos nuevamente pasaron de la diversión al luto por el rey fallecido.

La última coronación fue la de Carlos IV en 1788, sobre este hecho las únicas evidencias que existen están reflejadas en los acuerdos del Cabildo «(…)Se trató acerca del aclamo y compostura que debe hacerse en la casa capitular para la función de la jura del Sr. Don Carlos Cuarto y lo que deben tener las casas de las calles por donde transite el Real Pendón relativo no solamente al modo conque debe hacerse sino también de donde debe exhijirse su costo por no haber en la caja de Propios cantidad alguna (…)»[1].
De nuevo se trató este asunto el 6 de noviembre del mismo año y se añadió en el acuerdo del acta capitular atender «(…) el aseo y compostura de las calles por donde transite el paseo del Pendón Real con motivos de la coronación del Rey Carlos IV” (…)» [2], pero en ninguna de las dos actas refiere nota alguna sobre los festejos que seguían tradicionalmente al acto político.
Las fechas de celebración eran incidentales y la participación con carácter obligatorio por Real Decreto, se reclutaban todos los vecinos que se encontraban fuera de la villa hasta que concluía el período festivo «(…) para el día 4 de octubre de este presente año concurran todos los vecinos y moradores estantes y habitantes de la Villa y dicho día y los siguientes por las noches pongan luces y luminarias en sus puertas y ventanas y que durante dichos ocho días ninguna persona de ningún estado pongan obstáculos sino es que todas hagan las más plausibles celebraciones y regocijos en dichos días sin reserva de día ó de noche, porque á todos se les concede y se le manda la mayor celebridad advirtiendo que las personas que no concurrieren seran declaradas por incursas en la pena de dos ducados que se aplican de por mitad para gastos de dichas fiestas y fábrica de Nuestra Señora de la Candelaria(…)»[3]. En otros momentos se aumentó el precio de la multa hasta cuatro ducados.
En las disposiciones del Cabildo se incluían también las clases humildes a las que se les posibilitaba la participación «(…) como también para que sea servido no prohivir las celebraciones generales de los pobres así en saraos, como en bailes y demás fiestas porque de lo contrario no serán con igual demostración(…)»[4].
Esta benevolencia del Cabildo de Santa Clara con las clases humildes de la villa, se debió, a la responsabilidad que tenía el gobierno de hacer cumplir la voluntad del rey y a la  necesidad de garantizar público, si se tiene en cuenta que la población en aquellos momentos, en la villa, era muy escasa, pero con ello contribuyó a lograr la popularidad de las fiestas reales, que no se quedaba en una minoría de funcionarios o élite de poder económico sino que la participación de todas las clases sociales estuvo presente y de algún modo, influyó en la masividad y también a que en estas fiestas se mezclaran diferentes manifestaciones artísticas y culturales.
Para la organización de estos festejos se partía de una Real Orden recibida por el Capitán General de la Isla, quien de inmediato enviaba la comunicación a los Cabildos de las diferentes villas y estos a su vez se reunían, dictaban un bando y nombraban un Comisario encargado de disponer la divulgación y organización de las correspondientes actividades. También acordaban el tiempo de duración, el que podía ser desde un día, una semana, ocho, quince y hasta treinta y ocho días, que fueron las más prolongadas.
Cuando se iniciaban los preparativos para la celebración se ordenaba la limpieza de la plaza y las calles aledañas, así como el engalana miento de las mismas, tareas destinadas a los pardos y morenos libres. A los vecinos se les señalaban otras obligaciones como las de poner las luminarias que consistía en mantener velas o mechones encendidos en las fachadas y cercar las viviendas, especialmente las que rodeaban a la plaza central a fin de protegerlas de las corridas de toros y otras actividades que en lo adelante se explicarán. También se fijaban las diversiones que amenizarían las fiestas «(…) se dispongan toros para torear los según estilos y se hagan máscaras aunque concurrieren sus señorías con orden se hagan dos comedias luego siguientes y los demás regocijos y fiestas lícitas que el vecindario discurriere y le fuere posible hacer demostraciones de los gustos duplicados que deben tener (…)»[5].
Comenzaban por una ceremonia inaugural de carácter político, militar y religioso en la que participaban los miembros del Cabildo (gobierno), el clero y los militares conjuntamente con los vecinos. Consistían en el “alza del Pendón Real” y la “Jura” (juramento de fidelidad al rey), la formación del batallón de la guardia con saludos de armas y el paseo del Pendón Real, la celebración en la Iglesia Mayor del Te Deum o misa cantada en acción de gracias. Una vez cumplidas estas obligaciones con Dios y con el Rey, los vecinos se lanzaban a las diversiones más paganas, además de las señaladas en el acta referida en el párrafo anterior, también se efectuaban bailes, rifas, paseos de carros tirados por caballos con muchachas muy adornadas, representaciones teatrales y ejercicios de equitación ( juegos de caballería), amenizados con fuegos artificiales.
El talento artístico de la villa, muy precario en aquellos tiempos, era aficionado pues no existían los profesionales del arte, ni poseían formación académica, no obstante contribuían a la creación y producción de actividades que permitían un acercamiento de la población a la cultura físico-recreativa y artística.
La información sobre representaciones teatrales en este siglo es muy escasa, las que existen se vinculan a estas fiestas reales y a las religiosas del Corpus Christy. Se escenificaron dos comedias por primera vez, una durante los festejos por la proclamación del reinado de Nápoles del infante Don Carlos (Carlos III, después), desarrollados entre finales de 1734 y principios de 1735 y otra en 1747 por la coronación de Fernando VI, no se conocen autores ni actores de estas obras, las que quedaron en el anonimato. Ya en 1760 se representó un entremés de José Surí Águila, escrito para la ocasión en que se celebraba la coronación de Carlos III.
Como no existía local destinado a funciones teatrales, estas primeras representaciones se efectuaban en la plaza central en escenarios provisionales habilitados al efecto, y al final los funcionarios del gobierno brindaban aguardiente de anís y tabacos a los artistas.
Al igual que la dramaturgia la música y el baile se insertan en los festejos reales y religiosos, que es el otro tipo de fiesta que organizaban, con frecuencia, los vecinos de la villa en aquella época.
En cuanto a los instrumentos musicales que se tocaban, existe información sobre la presencia en Santa Clara de un médico llamado Dubois de la Rosa que según Manuel Dionisio González «(…)debió ser el hombre más filarmónico de esos tiempos, pues tenía nada menos que dos vihuelas, una lira y una bandolina (…)»[6]. También se conoce que José Surí Águila, además de poeta, era aficionado a tocar el violín. Este autor, hace referencia, a la composición de las agrupaciones musicales en diferentes momentos del siglo XVIII, por ejemplo en 1722 «(…) Las orquestas por lo regular se componían de algunas vihuelas y bandolas, que se tocaban a veces con acompañamiento de güiro, aunque no faltaban ya otros instrumentos (…)»[7], y a finales de siglo «( …) por ese tiempo se componían de guitarras y algún violín y tambora ó tamboril, triángulo, panderos, clarinete y alguna chirimía(…)»[8]. En los juegos de caballería se usaba un tambor y un clarín para amenizar las corridas.
Se bailaba el minué de origen francés, introducido en Cuba por los inmigrantes haitianos en el siglo XVIII y Manuel Dionisio González en su obra Memoria histórica de la villa de Santa Clara y su jurisdicción, menciona, además a determinados bailes que prácticamente han desaparecido sin dejar ni siquiera la idea de cómo se ejecutaban, son ellos: la mora, la machitanga, el sonsorito, Juan Garandé, la culebra y la jardinera. Es de suponer que el zapateo, proveniente del zapateado español estuviera entre los preferidos, por tratarse de un baile campesino muy de moda en aquellos tiempos, teniendo en cuanta que Santa Clara era un pequeño poblado de campo, también el guateque que se practicaba ya en ese siglo, sobre todo entre la población más humilde.
Se ejecutaban juegos de caballería, consistentes en competencias de jóvenes a caballo que hacían gala de sus destrezas como buenos jinetes. Eran juegos de varios tipos: corridas de sortijas, de cañas, de alcancías y de toros. Las sortijas o aros permanecían colgadas de una barra de hierro suspendida en la altura, de forma tal que resultara fácil descolgarlas al pasar el jinete por debajo corriendo a caballo. En aquella época a los triunfadores, denominados como “diestros caballeros” se les permitía besar la mano de las muchachas que se les acercaban para felicitarlos por el éxito. Las corridas de cañas y las de alcancías se ejecutaban del mismo modo, se formaban dos grupos de a cuatro personas cada uno y se situaban uno frente al otro para lanzarse cañas recíprocamente, para protegerse usaban adargas que soportaban con la mano izquierda. Las de alcancías tenían los mismos procedimientos pero se lanzaban bolas del tamaño de una naranja llenas de flores o de ceniza y como las golpeaban  con las adargas se rompían, de ahí que recibieran ese nombre. Las corridas de toros se realizaban a semejanza de las que se hacían en España, solo que aquí no había plaza de toros por lo que el Cabildo ordenaba cercar las casas que rodeaban a la plaza central cuando se organizaban las corridas, para evitar accidentes. Las primeras se efectuaron en 1722 cuando los festejos reales en ese año.
Estos juegos requerían de buena preparación física y demostraban destrezas y habilidades propias de los jóvenes acostumbrados al trabajo de la ganadería, ya que esta zona se caracterizaba por el desarrollo ganadero, como principal actividad económica.
Dichas fiestas mantuvieron su carácter primitivo hasta las primeras décadas del siglo XIX, después sufrieron modificaciones en el horario, suspensión o sustitución de algunas de sus actividades y al desaparecer el sistema colonial ya no tenían razón de ser, por tanto no trascendieron hasta nuestros días, no obstante, generaron diversiones, como las mencionadas en el contexto de este trabajo, de origen foráneo, fundamentalmente, pero que en su praxis llevaban implícito el criollismo que las convirtió con el decursar del tiempo en un producto transculturado que forma parte de la cultura popular tradicional cubana.
Algunas quedaron en la memoria histórica, como sucedió con las corridas de cañas y alcancías y otras se han contemporaneizado. Esto nos hace pensar como aquellos carros tirados por caballos con muchachas engalanadas pudiera ser el germen de las carrozas bellas y suntuosas que en la  actualidad pasean en las fiestas carnavalescas, como las máscaras que divertían a nuestros ancestros pasaron a formar parte importante de las actuales comparsas; las corridas de toros en los inicios de la neocolonia fueron suspendidas pero se transformaron en montas de toros, enlace de terneros y otras habilidades propias del arte de la tauromaquia demostradas por los ganaderos en los llamados rodeos, muy famosos en otros lugares del país y de la provincia.
Referencias Bibliográficas
[1]  Acta Capitular del Cabildo de Santa Clara, 16 de octubre de 1789 tomo 8.
[2] Acta Capitular del Cabildo de Santa Clara,  6 de noviembre 1789 tomo 8.
[3] Acta Capitular del Cabildo de Santa Clara, 11 de agosto de 1722  tomo 2.
[4] Ibídem
[5] Acta Capitular del Cabildo de Santa Clara, 10 de diciembre de 1734  tomo 3.
[6] González, Manuel Dionisio, O. Cit. p.99.
[7] Ibídem.
[8] González, Manuel Dionisio, O. Cit. p. 200.
  
Este artículo aparece publicado en: 
  • Boletín Cartacuba No 46,  julio del 2003, p 10.
  • Revista “Amanecer” No 62, Año XI, julio-agosto, 2005, p. 8.

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